Carta a la redacción: vecinos de la costa marchiquitense.
El crecimiento de la población viene en aumento con motivo de los atractivos que ofrece el partido de Mar Chiquita pero, también, por la falta de control de “posesiones pacíficas simuladas” que invaden el paisaje costero. Se están rifando, a valores irrisorios, terrenos que oscilan entre 30.000 y 70.000 dólares, utilizando boletos y cesiones de derechos que, no solo contienen relatos falsos sino que, además, son documentos falsos.
Sin frenos ni respuestas, las operaciones han escalado a la falsificación de escrituras públicas que le dan un marco de “seriedad” al engaño, habilitando ventas a precios de mercado y mayores ganancias; con ello existe un delito, hasta hoy, sin investigación.
LA MENTIRA DE LA POSESIÓN.
En el partido, hay personas que adquirieron terrenos sin violencia y de buena fe, viviendo en el lugar por más de diez años, pagando los impuestos mes a mes, de manera pública, pacífica e ininterrumpida. Al mismo tiempo, hay personas que dicen tener la posesión y ser dueños de terrenos que jamás habitaron porque cuentan con el apoyo de cómplices de toda índole que, no distinguen banderas. Vecinos han denunciado la toma de terrenos pero terminaron siendo víctimas de amenazas y causas inventadas.
El perjuicio: menos recaudación para el municipio, construcciones sin habilitación, instalaciones clandestinas, desordenamiento territorial, daño ambiental e injusticia social; todo lo que no acompaña a la construcción de la comunidad marchiquitense.
Existen quienes compran de buena fe porque no conocen los requisitos legales de una venta, cesión o proceso de usucapión pero, también, existen quienes compran a sabiendas de tener papeles “truchos”. Parece que lo que fácil viene, fácil “no se va”.
CONFLICTO ¿PRIVADO O PÚBLICO?
Sostener posesiones ficticias es una burla al vecino que cumple las reglamentaciones municipales, es violencia, y es un riesgo en tiempos donde hacer justicia por mano propia forma parte de la libertad de opción. No se trata de ventas aisladas entre “privados”, los casos abundan y atentan contra el interés público. La falta de control es un fomento al accionar de personas que lejos de cuidar a Mar Chiquita, se ocupan de cuidar sus bolsillos.
La calidad de vida de la costa marchiquitense parece encontrarse en peligro de extinción.